Tuesday, May 15, 2012

Fruto: por su gracia y para su gloria

El fruto del Espíritu
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:5,8)
Este artículo lo escribí con parte de las notas que produje para el sermón que prediqué el domingo pasado (Fruto para su Gloria) y se quedaron fuera por falta de espacio. Luego compartiré otros materiales sobre el mismo tema.

Esto es fruto

Solamente [es fruto] aquello que se manifiesta como consecuencia de la vida de Cristo y que sin Cristo sería imposible que se manifestara.
Fruto es lo que el Padre (labrador) logra que se manifieste en nosotros (pámpanos) al injertarnos en la vida de Cristo (La vid verdadera). Fruto no es cualquier cosa «buena» que se manifiesta en la vida de alguien, sino, solamente aquello que se manifiesta como consecuencia de la vida de Cristo y que sin Cristo sería imposible que se manifestara. Llevar mucho fruto no es algo que podemos lograr con nuestros esfuerzos o medios puramente humanos, sino, algo que solamente el Padre puede lograr —«según el poder que actúa en nosotros»(A)— y su medio es Cristo.

Tenemos que saber con claridad lo que es fruto y no lo es, pues nuestras obras vanas que tienen su origen en la autosuficiencia y autocomplacencia podrían tener la apariencia del fruto que solamente se manifiesta dependiendo del Padre y para su gloria; ese otro «fruto» nunca llenará sus expectativas. El fruto del Espíritu se puede confundir con las obras de los hombres, así la filantropía se confunde con la benignidad, la seriedad con la verdad y la alegría con el gozo, pero son cosas totalmente distintas, desde su origen (su gracia) hasta su fin (su gloria). El labrador ha sido claro: busca producir en nosotros un tipo de fruto muy específico que solamente puede emanar por la Gracia de Cristo, la vid verdadera, para su propia gloria y no para la nuestra.

Convalidación de obras

En mi trabajo pastoral veo esto con frecuencia: los hombres dedican su vida a producir «fruto» fuera de Cristo y luego quieren ser celebrados por ese fruto, pues es el esfuerzo de toda su vida. Aunque lo lograron por sus propios medios y para su propia gloria quieren el reconocimiento, pero no es posible. Quizás sean cosas buenas ante los hombres (como una fundación de ayuda al pobre) y adquiridas de forma lícita (como el patrimonio adquirido en una vida de trabajo), pero ante Dios carecen de valor. No podría decir que son cosas pecaminosas, pues no son malas en sí, sino más bien irrelevantes desde la perspectiva de Dios. Nada que se manifieste en nosotros fuera de Cristo (la vid verdadera) tiene valor ante el Padre, por muy saludable que parezca o aunque impresione por su tamaño; ese no es el fruto que Él espera y lo considera como nada.
Es dejar atrás tanto una actitud —yo puedo— como su resultado: gloria propia.
Uno de los más grandes retos que enfrenta un nuevo creyente es enfrentarse a la realidad de que dedicó su vida a producir algo que el Padre no esperaba y ahora tienen que dejar atrás todo aquello y también su suficiencia para permitir que la vida de Cristo y el trabajo del Padre rindan su fruto. Aceptar que «fuera de mí nada podéis hacer». Es dejar atrás tanto una actitud —yo puedo— como su resultado: gloria propia y decir «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Muchos vienen aferrados a su propia justicia y a sus posesiones buscando la bendición de Dios y cuando escuchan sus requerimientos en vez de proceder a dejar la vanidad atrás para seguir a Cristo se devuelven entristecidos, tal fue el caso del joven rico.
El joven le dijo: todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. (Mateo 19:20-22)
(Algunos podrían pensar —como Ananías y Safira(B)— que por vender sus bienes y darlos a los padres podrían alcanzar a tener tesoros en el cielo, pero eso sería más de lo mismo: hacer lo que creemos que es bueno y venir con el resultado ente Dios. Lo que Cristo le estaba pidiendo al joven rico era que dejara de hacer las cosas a su manera y para su gloria y comenzara a hacerla a la manera de Cristo y para la gloria del Padre. Ceder el control de su vida para recibir la vida.)

Encontrar la vida en la muerte

Mientras me preparaba para predicar sobre este asunto encontré que por medio de Isaías el Padre comunico que nuestras justicias ante él son como «trapo de inmundicia(C)», una expresión lo suficientemente despectiva como para ponernos en alerta. Esos eran los paños que usaban las mujeres de la antigüedad cuando estaban en sus días, algo que nadie quisiera tocar, conservar o admirar, ¡y justamente con eso se comparan nuestras obras! Tan despreciable como un paño menstrual es para el Padre una obra fruto de la autosuficiencia de los hombres y cuyo fin no es su gloria, sino la nuestra. Por eso, también dijo Pablo que todo lo que para él era ganancia en otro tiempo, ahora lo consideraba por pérdida(D)(puede ser traducido como estiércol o basura, pues en el original el término era usado tanto para referirse a los excrementos humanos como a los desperdicios que quedaban de una fiesta y eran echados a la basura). También ese es el sentido de la expresión «el que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará(E)».
Perder nuestra vida a causa de Cristo es aquello que para los incrédulos parece una locura: dejar de vivir por nuestras propias fuerzas y para nuestra propia gloria para comenzar a vivir una vida de dependencia para la gloria de Dios. En un mundo en el que reinan la autocomplacencia y la autosuficiencia se podría decir que cuando ponemos nuestra vida en las manos de Dios para que se haga su voluntad y no la nuestra realmente morimos; ¡y así mismo encontramos la verdadera vida!

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