-Felucho, se me olvidó comprarte los zapatos. Me vas a disculpar esa –le dijo la dueña de la finca al peón sin verle la cara mientras acomodaba unos víveres sobre la tabla junto al fogón.
-No se preocupe, doña –respondió triste el pobre zambo.
Y Felucho debió andar descalzo otro año. Pero mantuvo la esperanza de que a la dueña de la finca no se le olvidara comprarle las botas la siguiente Semana Santa.
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